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    noviembre 6, 2021

    Bauer Insider: Exclusividad

    Hace unos años, aterricé en Ginebra un domingo por la tarde después de un largo viaje desde Bogotá para encontrarme con un cliente amigo y su esposa, con quienes iríamos al día siguiente a ver un importante reloj de Patek Philippe en el que mi cliente estaba interesado. A pesar del jet-lag, aceptamos la gentil invitación de Karl-Friederich Scheufele, el presidente de Chopard, a cenar y conversar sobre el apasionante mundo de la relojería.

    A las 7:00 p. m., nos recogió su conductor para llevarnos al agradable restaurante Auberge de Dully, en las afueras de Ginebra, donde preparan un estupendo pollo asado en la chimenea. Recordé que, unos años atrás, me había topado allí mismo con Michael Schumacher, quien amablemente me saludó e hizo bromas al saber mi nacionalidad, pues en esa época, su gran rival en la Fórmula 1 era el también colombiano Juan Pablo Montoya.


    Lo primero que uno mira en los amigos aficionados y coleccionistas es su muñeca para ver el reloj que lleva puesto. Naturalmente, no dejé de notar el curioso reloj de extraña forma octogonal con una esfera poco común y de una marca para mí totalmente desconocida que llevaba puesto nuestro anfitrión. Después de un rato de divertida conversación, le pedí al señor Scheufele que nos enseñara su misterioso reloj, un bellísimo Ferdinand Berthoud. Muy sorprendido, le pregunté por qué no tenía un Chopard, a lo que me respondió que ese era un nuevo proyecto que lo entusiasmaba enormemente y que, por la tradición y complejidad de su manufactura, iba a ser un reloj mucho más exclusivo y especial que cualquier otro que hubiéramos visto.


    Pedimos otra botella de vino y escuchamos detenidamente la fabulosa historia de la marca, que posee un enorme bagaje de tradición relojera y tiene un impresionante mecanismo diseñado hace trescientos años con complejos elementos, como lo son la «Fusee Chain», o cadena de fusible de transmisión de fuerza. Ferdinand Berthoud fue un afamado relojero del siglo XVIII que se esmeró por diseñar y construir los más precisos relojes de mesa y de marina que adquirieron un especial prestigio, pues fueron escogidos por la Armada Real Francesa. Además, el Sr. Berthoud fue elegido como el relojero oficial del Rey de Francia, Luis XV, y posteriormente Napoleón le otorgó la distinción Caballero de la Legión de Honor en 1804.


    El señor Scheufele, propietario de varios de estos preciosos relojes, adquirió discretamente el nombre en 2006 y durante varios años estuvo estudiando sus mecanismos y tecnología para poder desarrollar la marca en relojes de pulsera.


    A través del sistema de fuerza constante, la precisión que el nuevo movimiento de manufactura Ferdinand Berthoud «FB» ha logrado es verdaderamente impresionante. La complejidad de sus componentes es tan evidente, que solo se fabrican unos pocos ejemplares de cada reloj, los cuales son sometidos a rigurosas pruebas para obtener los certificados de Cronómetro Oficial (COSC).


    La exclusividad de esta marca inmediatamente me puso a pensar en el valor de lo especial, de lo artístico, de lo novedoso y de la reducida disponibilidad de relojes de otras compañías relojeras que se dedican a fabricar este tipo de producto. La exclusividad es una palabra odiosa pero al mismo tiempo seductora y apetecida. Excluir, o dejar por fuera a alguien de una actividad, es rudo y antipático. Pero excluyente también es una virtud que, si se lleva con honor y con modestia, es una cualidad que cautiva al ser humano y lo hace desear aún más ese objeto. Exclusivo es lo que no es fácil de obtener y que hoy, por naturaleza, es algo que se convierte en un reto conseguir.


    Desde esa noche en Auberge de Dully, admiro mucho más a los emprendedores relojeros que hoy, que en el siglo XXI, todavía tienen el deseo de crear la excelencia y la exclusividad pero, más que eso, tienen el valor de convertirlo en una preciosa realidad.


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